La segunda revisión de las relaciones Occidente-Oriente ha sido realizada por varios historiadores. Tras la monumental obra de Joseph Needham (Ciencia y Civilización en China), la revisión más importante es la de Jack Goody en los libros The Eurasian Miracl, The Deft of History, The East in the West y Renaissances. Jack Goody nos muestra cómo la idea hegeliana de la Historia ha llegado a dominar las narrativas y concepciones de Occidente y sus relaciones con Oriente. Goody trata de combatir los estereotipos que siguen imperando, como la idea de la excepcionalidad y la originalidad occidentales, enumerando las aportaciones orientales a mucho de lo que suponemos específicamente occidental (desde la Revolución científica hasta la Revolución industrial). Mientras Edward Said hace un análisis culturalista, Goody se centra en los procesos de producción y los intercambios comerciales. A este nivel, fue común en Europa, a partir del siglo XIX, la idea de que el desarrollo económico y social de Occidente contrastaba fuertemente con el de Oriente y que había buenas razones para que esto sucediera. Tanto Max Weber como Karl Marx, autores con ideas diferentes en tantas áreas, coincidieron en considerar que Occidente tenía características únicas, originales y excepcionales, residiendo en ellas el enorme desarrollo económico y político de Occidente en comparación con el de Oriente. Es importante recordar que las causas de la superioridad y originalidad de Occidente (y, por el contrario, de la inferioridad de Oriente) fueron concebidas en relación con la esencia constitutiva de las respectivas sociedades, y no siendo posible cambiarlas. Entre las causas que justificaban el atraso de Oriente, se invocaba la deficiente racionalidad (que impedía el desarrollo de la contabilidad), la religión (que en sus versiones budista y confucionista favorecía la contemplación y no la transformación de la realidad) y la familia (que, al ser extensa y de múltiples vínculos, impedía la movilidad de sus miembros para la actividad productiva). En ambos autores está presente la idea del despotismo oriental, formas de gobierno particularmente opresivas que caracterizarían tanto al imperio otomano como al imperio chino.
Estos análisis, que funcionaban como espejos invertidos de Occidente y eran muy selectivos, tenían como referencia positiva solo unos pocos países europeos y se centraban en el período de expansión colonial y de la Revolución industrial. Omitían que durante siglos Europa había importado bienes esenciales de India (algodón, seda) y de China (porcelanas). Omitían también que en el siglo IX Bagdad era uno de los grandes centros culturales del mundo, donde académicos de todo el mundo se reunían en la Casa de la Sabiduría, creada por la dinastía Abasida, siendo allí también donde se crearon las condiciones para que siglos después los europeos tuvieran acceso a la filosofía griega traducida al latín del árabe y del hebreo (en la escuela de traductores de Toledo en los siglos XII y XIII).
En las lecturas dominantes de las relaciones Occidente-Oriente, las razones que explican el éxito de Occidente (y el fracaso de Oriente) son esencialistas y, por lo tanto, sugieren que la historia que sucedió no podría haber sucedido de otra manera. No hay lugar para la contingencia. Como se puede imaginar, en tiempos más recientes estas lecturas están siendo desacreditadas. El desarrollo de Japón y más tarde de China y del sudeste asiático contradijo todas las premisas de las explicaciones convencionales. Y lo mismo sucedió con el tema de la familia extensa, cuando los europeos empezaron a ver el floreciente pequeño comercio de sus ciudades dominado por familias asiáticas, a veces la misma familia con negocios en varios continentes. Lo que una vez fue un obstáculo para el desarrollo se convirtió en un facilitador del desarrollo.
A la luz de esto, dos apuntes se imponen. La primera es que la historia es contingente. En la larga duración histórica, la dirección de las relaciones entre Occidente y Oriente es menos unidireccional que de péndulo: durante siglos dominó Oriente, desde hace dos siglos ha dominado Occidente. Hay señales de que este dominio puede estar llegando a su fin, ya que a principios de la próxima década China será el país más desarrollado del mundo (si ninguna guerra, mientras tanto, lo destruye).
El segundo apunte es que, contra los hechos, la explicación tradicional de la inferioridad de Oriente sigue dominando el imaginario popular occidental. Se vuelve, por lo tanto, fácil de instrumentalizar políticamente. Siempre que los europeos sienten la necesidad de occidentalizar su imagen, orientalizan la de los países con los que tienen problemas, especialmente si pertenecen tanto a Europa como a Asia, como es el caso de Turquía y Rusia. Cuando Europa quiso rechazar la entrada de Turquía en la Unión Europea, la orientalizó. Ahora, la legítima condena a la invasión ilegal de Ucrania está legitimando la orientalización de Rusia.
Contenido Original por La Jornada Zacatecas