Mário Vitória (2013) A liberdade comovendo o povo [tinta da china e acrílico s/papel, 50x65cm]

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Débora Arango Pérez

Ana María Castro Sánchez
Publicado em 2021-11-22

Las Ilusiones son Efímeras y los Colores Eternos

 

Como muchas otras cosas que no aprendí en la escuela, porque poco estudiamos nuestra propia historia, las historias de las violencias que han marcado el derrotero de Colombia era algo sobre lo que no se profundizaba en los libros escolares, ni algún profesor o profesora de historia que se atreviera a hacerlo, no corrí con la suerte de tener una formación no tradicional. Tiempo después supe que parte de esa historia había sido pintada por una mujer que se atrevió con ironía y sarcasmo a usar la acuarela - y el óleo algunas veces - para mostrar y denunciar el absurdo de la política oficial y sus juegos de poderes; Débora Arango se llamaba, había nacido en 1907 en Medellín y muerto en el 2005 en Envigado, una región particular del país donde los diferentes poderes - iglesia, políticos, narcotráfico, etc. - han ido definiendo sus rumbos. Débora hacia parte de esas familias numerosas que no eran extrañas en la época, estudió como era de esperarse con monjas y cumplió su deseo de ser pintora, una profesión, o mejor un oficio que era bien visto en esa época para las mujeres, fue apoyada de principio a fin por su familia, un refugio físico y afectivo importante para su historia; Débora contó con los privilegios necesarios para hacer realidad sus anhelos y tomar sus propias decisiones, en razón de las cuales también surgieron frustraciones. 

 

 

Eran los años 30 del siglo pasado cuando Débora empezó a estudiar en el Instituto de  bellas artes, solo tardó dos años en darse cuenta que lo que le enseñaban no era lo que estaba buscando, no obtuvo ese título pero siguió aprendiendo esta vez junto a Pedro Nel Gómez, uno de los muralistas más destacados del país. No fue desafortunado que Débora se formara en la tradición clásica de las artes canónicas: la del taller dirigido por un hombre, el “maestro” que crea una escuela para formar reproductores de su propuesta, porque lo que resalta en la formación artística de Débora no es que fuera alumna de los maestros de Medellín más destacados en la historia androcéntrica del arte en Colombia, sino que formara su propio criterio y luchara por salirse de los límites de lo aprendido, no solo a nivel de la técnica y los formatos sino también de lo que era o no adecuado que pintaran las mujeres en aquella época; fue tan marcada la diferencia que dichos maestros en su momento - aunque con ellos había aprendido - también fueron hostiles con ella negando la importancia de su trabajo.

 

 

La obra de Débora Arango no se puede explicar simplemente como se hace en la historia del arte bajo la sombra de un maestro, el manejo de las técnicas, sus influencias artísticas, o un movimiento artístico exclusivamente, mucho menos definirla con referentes europeos. Pese a que intentan clasificarla como pionera del arte moderno en Colombia aunque ella no buscara esteticismos, porque lo que influenció a esta pintora fue la vida misma no otro pintor o algún teórico; fue de allí de donde surge su propuesta porque la existencia es exagerada, dura, acre, pagana, no es la teoría del color la que plasma en sus acuarelas, su expresionismo no es el de la corriente pictórica en la que se la encasilla para que pueda ser clasificada en los libros de historia del arte.

 

“Yo sentía algo que no acertaba a explicar. Quería no sólo adquirir la habilidad necesaria para reproducir un modelo o un tema cualquiera, sino que anhelaba también crear, combinar: soñaba con realizar una obra que no estuviese limitada a la inerte exactitud fotográfica de la escuela clásica. No sabía a punto fijo lo que deseaba, pero tenía la intuición de que mi temperamento me impulsaba a buscar movimiento, a romper los rígidos moldes de la quietud”.

 

“Supe que iba a ser distinta, presentí la rebeldía”.

 

“Tal vez sí fui como muy atrevida en ese tiempo. Lo que ocurre es que pintaba lo que sentía dentro de mí”.

 

 

Fue la técnica de la acuarela su predilecta y claro que antes de empezar a pintar de manera independiente hizo paisajes, flores, casas, personajes, naturalezas muertas como era de esperarse de una mujer que en esa época se dedicara a la pintura; la ruptura empezó cuando Débora tomó los pliegos de papel que eran necesarios para hacer una acuarela de tamaño natural y los unió para pintar en 1938 varios desnudos. Fue la primera mujer en el país que se atrevió a hacerlo, otros hombres ya habían pintado desnudos, esos de pieles blancas, sin bello púbico, con la mirada perdida si es que la tiene. Los desnudos de Débora eran todo lo contrario, reales, encarnados, sin pretensiones de sensualidad, simplemente un cuerpo dispuesto como un paisaje cualquiera:

 

“Pinto el cuerpo porque es el paisaje más próximo”

 

“Hago paisajes y desnudos porque en el paisaje y el desnudo está la naturaleza palpitante y escueta y créame que encuentro mayor arte en estos cuadros sinceros que en los amanerados y desfigurados por los prejuicios de las gentes”

 

Los detalles de la historia de censura que devino por parte tanto de la iglesia como de la clase política conservadora que dirigía no solo el país sino los escasos medios de comunicación que existían – situación que no dista mucho de la actual - se pueden resumir en la forma como se referían a su obra tratándola de esperpentos artísticos, productos de pereza e inhabilidad, más cercanos a la pornografía que al arte.  Así como la idea de parecer una pintura “viril”, con una “masculina potencialidad”, no delicada y sensible como era de esperarse de las manos de una mujer que además era joven, soltera, católica y hacia parte de una familia con reconocimiento social de la que se supondría que pintara la ternura, el sentimentalismo, la maternidad ideal. Si según las críticas sólo un hombre podía pintar como lo hacía Débora y sin embargo ella fue mucho más allá carece de sentido la idea de la pintura femenina, de la exclusividad en los temas relacionados con lo femenino y la noción de que se pinta como mujer, ya que todo ello son construcciones sociales, culturales e históricas que reducen las potencialidades creativas de las y los artistas que van más allá de su género.

 

 

Es por ello que Débora se convertía en un riesgo para las otras mujeres, había que silenciarla y controlarla lo antes posible, pero esto era difícil porque a pesar de lo que Débora pintaba su vida no estaba totalmente fuera de lo que se esperaba de una mujer como ella, aunque ponerse pantalones, montar a caballo en ancas, conducir un auto, no casarse, podía ser suficientemente subversivo. Una manera de detenerla fue lo que hizo la crítica al ensañarse con ella catalogando como escandalosa su obra al punto de considerarla un atentado contra la cultura y las tradiciones artísticas, todo ello sin la debida atención a su propuesta pictórica; dos de sus exposiciones - una en Bogotá (1940) y otra en Madrid (1955) - solo se realizaron por un día, las autoridades conservadoras y fascistas decidieron que sus acuarelas no eran arte, no podían ser expuestas a la mirada de cualquiera, lo que nos habla bastante de lo que dichas pinturas podían movilizar política y éticamente en esos contextos.

 

 

Débora desafió el “buen gusto” con el que se relaciona aún el arte como  entretenimiento elitista, no la emocionaba pintar simplemente lo que la rodeaba o quedarse en lo onírico, no la inspiraba aunque era el contexto que le permitía tener las condiciones necesarias para desarrollar su propuesta, no le interesaba con su obra reproducir su propio mundo, su cotidianidad, sino hablar de otros de los que no hacía parte directamente pero la motivaban a pintar, aunque no necesariamente lo vivía sí lo sentía, era sensible a todo lo que veía que era muy diferente a lo que era considerado como bello, deseable, correcto, digno de pintar.

 

“Fui pintando lo que fui viendo”

 

“A mi me inspira es el dolor, la pobreza, el esfuerzo del pobre”

 

“El dolor de la gente, el esfuerzo de la gente, la tragedia de la vida, esas cosas me gustan que ustedes la vean representada en mi obra”.

 

 

Fue así como Débora se escapó del canon del arte, con sus temas, con otras ideas de lo que podría ser bello, de lo aceptable, proponiendo un lenguaje propio que denominó como expresión pagana 

 

“Necesitaba explicar la vida”

 

“El fenómeno debe surgir probablemente de la interpretación emocional que me producen los demás. Debe ser - así lo creo yo - que veo en todos los rostros humanos pasión y paganismo”.

 

 

Ya que solemos relacionar la vida de los/las artistas con sus obras e idealizarlos/as como grandes revolucionarios/as, imaginaríamos a Débora como la mujer que realmente no era - lo que sorprendía incluso a las personas cuando la conocían -, aunque sin duda fue una desobediente porque seguía sus deseos y podía hacerlo porque contaba con los privilegios necesarios para ello. No era una militante revolucionaria atea; el hecho de ser católica, de clase media alta, blanca, que contó con educación formal, no le impidió tener una posición desde la cual también ser crítica con lo que acontecía. Sus ventajas familiares y de clase le permitieron ser radical y permanecer en sus búsquedas, por eso no le interesó el reconocimiento que pudiera o no tener en el mundo del arte cuando empezó a pintar, lo que no significó que no fue difícil para su vida pero a pesar de ello continúo con su trabajo sin tener que someterse al juego y seguir las reglas de dicho mundo. Lo que la impulsaba era su pasión por la pintura y no el hecho de disputar con los hombres un espacio en el estrecho mundo del arte colombiano para exponer, vender o ser incluida en los libros de la historia oficial del arte en el país de aquella época; ella pintaba lo que quería, lo que le dolía, no lo que debería ser políticamente correcto para hacerse un lugar en el estrecho mundo del arte porque no lo necesitaba ni le interesaba, no buscaba la validez que éste otorga, de hecho tuvo que permanecer al margen de la crítica para continuar con su trabajo y no dejarse amedrentar.

 

“Nunca pinté con la idea de que podía mostrar. No podía mostrar […] Estuve muy cohibida. Todo lo pinté a escondidas”

 

 

Su postura política y ética no es producto de un activismo específico sino de una mirada frente al mundo que vemos claramente en sus pinturas que son testimonios políticos sin tener necesariamente una relación directa con alguna militancia, su compromiso era con el arte, con poder expresarse, por eso su revuelta no es con el discurso sino con la imagen, lo que nos habla de otra política que no es partidaria, ni militante, incluso ni puede tener ese objetivo, es simplemente sincera, realista, y aunque no haya sido su intención ni le interesaba hacer activismo con su arte Débora revoluciona las artes plásticas no solo en Colombia.

 

“No siempre el artista se refleja en sus cuadros, y yo tengo un espíritu tranquilo, reposado y analítico”.

 

 

Débora además de pintar desnudos inquietantes desnudó la sociedad de su época, donde los derechos de las mujeres - empezando por los civiles y políticos - recién se empezaron a reconocer en Colombia cuando ella tenía 46 años, momento en el que Débora vivió varios años fuera del país donde continuó aprendiendo. Y seguiría pintando a pesar del ambiente hostil en el que su obra fue encerrada, su firmeza y valentía hicieron que continuara en su empeño por ampliar la noción de belleza que expresaba en sus acuarelas donde vemos cuerpos – desnudos o no - de mujeres alejados de los ideales con anatomías realistas, flácidas, gordas, morenas, grandes, pequeñas, envejecidas, de mujeres cansadas, entristecidas, violadas, borrachas, rabiosas, locas, vidas de mujeres donde los problemas sociales se expresan. Muy diferentes a los cuerpos de mujeres que podían verse, venderse, aceptarse; además plasmó la relación de los hombres con esos cuerpos como buitres, así como los cuerpos de la guerra, del poder, de la sumisión, de la rabia y la pobreza.

 

“Si he podido obtener algún triunfo en esta materia tan vasta y tan bella, sólo lo debo a la tenacidad interior que acompaña a aquellos que en un ambiente hostil se dedican a transmitir en lienzos la riqueza de la belleza”.

 

 

A partir de la obra de Débora podemos repensar la relación entre el arte, la moral, la política, la historia, la memoria, el conocimiento, y su lugar social. Débora fue enfática en afirmar que el arte no tenía que ver con la moral, sin embargo los juicios que se hacían a su obra eran desde posturas moralistas conservadoras y tradicionales que justamente ella lograba develar.

 

“No espero que todos estén de acuerdo conmigo; pero yo tengo mí convicción de que el arte como manifestación de cultura, nada tiene que ver con los códigos de moral. El arte no es amoral, ni inmoral”.

 

“Nunca fui a confesarme y hablar de mi pintura porque considero que no es pecado”

 

 

En relación a la política sus cuadros muestran la corrupción del poder, las consecuencias de la hegemonía conservadora en el país, el lugar de la iglesia y su élites, las diversas expresiones de la violencia revelando la sociedad de su época. El arte aquí no solo es un medio para la crítica si no que la crítica en sí es su fin, con el sarcasmo y la ironía nos deja claro lo que acontecía en el escenario político del país, por ello es tan fuerte la reacción en contra de Débora Arango al punto de ser desconocida casi por 40 años en la historia del arte en Colombia. Lo que nos habla también de la función social de la crítica artística en un momento donde éste no era un campo tan especializado como hoy en día, sino que era ejercida también por políticos y religiosos teniendo una gran influencia en la vida artística del país, realizando juicios estéticos moralistas que en realidad se relacionan más con problemas e intereses políticos de fondo, preguntas que valdría la pena también hacernos actualmente, relacionadas con el papel de arte en la consolidación de tradiciones, identidades nacionales y valores morales colectivos.

 

 

Además, a través de una buena parte de sus obras podemos conocer lo que acontecía en nuestra sociedad ya que Débora pintaba los acontecimientos históricos de la manera descarnada como sucedían, relacionados tanto con las diferentes esferas del poder como con lo más cotidiano que parecía carecer de importancia social y política. Así muestra diferentes aspectos de la historia del país más allá de la mirada oficial, construyendo otra memoria, desafiando y haciendo preguntas directas a la sociedad del momento. Por eso los personajes que encontramos en los cuadros de Débora no solo son los políticos de turno ni los cardenales, también son las prostitutas, los borrachos, las personas recluidas en manicomios, escenas de calle en las madrugadas, prostíbulos, bares, protestas. Con todo ello Débora expone lo íntimo, cuestiona lo puro, pinta los efectos de las contradicciones sociales de las que no se habla, la realidad política que no es un tema para el arte, ni siquiera es arte digno de una galería o un museo, pero si sus cuadros hubieran estado en la pared de un bar no habría problema, mucho menos si fueran pintados por una prostituta. Sin embargo fueron pintados por una mujer de una clase social aceptable que había estudiado con los que se consideraban los mejores maestros de la época y que además había hecho parte de diferentes exposiciones artísticas. Todo ello en un contexto que adolecía de referentes visuales, no había aún televisión en el país, los periódicos solo publicaban imágenes que se consideraban convenientes, el cine estaba llegando y también era censurado, es por esto que también impactan sus imágenes.

 

 

Fue necesario que pasaran más de 40 años desde que Débora expuso por primera vez sus acuarelas para que su trabajo fuera reconocido con la importancia que tuvo, tiene y tendrá no solo para la historia del arte en Colombia sino para nuestra historia social y política. Justamente son los cambios que empiezan a tener lugar en los años 80 en relación a repensar la historia de la violencia en el país y los trabajos que empiezan a surgir sobre la importancia de la memoria histórica los que abren la pregunta sobre el lugar del arte en todo ello. Ya sin el poder de la iglesia y los conservadores - aunque aún se ejerza no directamente como en la época de Débora -, en los territorios del arte y la cultura en el país la obra de Débora Arango empieza a ser valorada y expuesta, incluso reconociéndola como pionera y aceptando las injusticias que contra ella se cometieron. Fue necesario deconstruir la historia del arte colombiano para encontrarla aunque la mirada androcéntrica no cambia porque primero obtienen reconocimiento los hombres que se considera hicieron grandes aportes a la historia del arte Colombiano, entre ellos los pintores de los que Débora había logrado ser independiente. Afortunadamente Débora solo dejó de pintar a sus 77 años, tenía una gran producción que ella misma donó al Museo de Arte Moderno de Medellín, esa misma ciudad que la señaló hoy la presenta como una de sus mayores pintoras, dando su nombre a escuelas, calles, concursos. La casa familiar que fue su refugio - donde Débora pintó casi todos sus rincones - hoy es patrimonio de la región. Allí está uno de los dos únicos murales que hizo porque aunque fue una de sus grandes pasiones no logró realizarla ya que nadie aceptaba sus propuestas, mucho menos para ser expuestas de una manera tan pública.

 

 

Débora alcanzó a vivir todo ello en su vejez. Lo que hoy sabemos de su historia fue contada por ella misma en esos últimos años lucidos en los que no pararon de visitarla para saber de ella y conocer a esa mujer que había sido escondida en la historia. Un ejemplo vivo de la hipocresía del mundo del arte, del machismo, del poder de la iglesia y los sectores conservadores, del miedo a ver en su pintura lo que somos como país. Imagino que con cada entrevista, exposición, artículo, foto, libro y todo lo que vino con la tardía valoración de su obra Débora revivía lo que fue ser una mujer con espíritu libre que en su época no le tuvo miedo a la sinceridad que puede tener la pintura, reconociendo que  “si todo esto me hubiera llegado antes habría hecho mucho más […]. No me dieron ni una oportunidad ¡NI UNA! En la vida no se puede ser feliz, eso no lo logra usted nunca, la felicidad no, pero una cierta satisfacción sí la tiene”.


Obra

Documental

Libros

  • LONDOÑO V., Santiago, ARANGO P., Débora (1997). Débora Arango: vida de pintora. Ministerio de Cultura.
  • ARANGO, Débora; GALEANO, Ángel (2004). Débora Arango: el arte, venganza sublime. Panamericana.

 

 

Como citar

Sánchez, Ana María Castro (2019), "Débora Arango Pérez", Mestras e Mestres do Mundo: Coragem e Sabedoria. Consultado a 29.03.24, em https://epistemologiasdosul.ces.uc.pt/mestrxs/index.php?id=27696&pag=23918&entry=36400&id_lingua=2. ISBN: 978-989-8847-08-9